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AVARITIA

Los términos codicia, avidez o rapacidad aluden a un mismo concepto, el de la avaricia. Del latín ‘Avaritia’ proviene del avārus ("avaro"), y este de aveō ("desear con ansia") y se concibe como aquel deseo excesivo o  insaciable de riqueza o de posesiones. Esta tentación se caracteriza por conducir a actividades inmorales o incluso prohibidas: acaparamiento, engaño, corrupción, engaño. El propio Papa Gregorio criticó a los avariciosos:

 

“Quién se guarda para sí lo que podría socorrer al pobre mata  a los que podrían haber vivido de su riqueza"

 

En la Edad Media, se desarrolló un mecanismo ‘avaricioso’ denominado Simonía, un cobro por servicios eclesiásticos tales como la confesión. Para muchos, fue la peor manifestación de la avaricia, ya que acabó alcanzando a ‘la casa de Dios’. En aquella época, se creía que aquellos que cometían pecados era porque estaban siendo poseídos por demonios. Era tal la práctica avariciosa que se le adjudicó su propio demonio, Mammon. Originariamente del arameo, significaba ‘riqueza’, pero en la Edad Media cambió de significado para aludir al demonio. El nombre, debe su origen a los cristianos que lo tomaron del sermón de la montaña en el que Jesús dijo que no se podía servir a dos dueños ( Dios o Mammon). 

 

Presencia en otras religiones

 

En religiones coetáneas al cristianismo, como el Islam, también se aludió a esta tentación humana. En el siglo séptimo, Mahoma ya previno en el Corán sobre la importancia de luchar para controlar los instintos, como la avaricia, para conseguir la pureza. Y es que, esta preocupación es latente en la mayoría de religiones. El Judaísmo, recoge la avaricia en el Talmud, obra que recoge leyes y tradiciones judías. En ese escrito se alude a un instinto del mal que es lo que conlleva a que las personas se vuelvan avariciosas. Es por este motivo, por lo que el Talmud obliga a ayudar a los demás para combatir ese mal. Al igual que en mundo griego, la obra se ocupa del pecado porque perturba el orden natural de la vida. Para ellos, lo que importa es la comunidad, es decir, el pueblo de Dios.

 

Si analizamos otras culturas del mundo, encontramos que ya en el año 516 ac, las enseñanzas de Buda en la India hablaban de la avaricia. Cuando Buda alcanzó el Nirvana estableció las 4 nobles verdades. La segunda de ellas era el  ‘sufrimiento proveniente del deseo de poseer vienes terrenales’. A diferencia de Horacio, el budismo sí que cree en el castigo.

 

Para ellos, atendiendo a la existencia de la creencia del Karma,  los avariciosos se reencarnaban en el mundo famélico, nunca llegando a satisfacer sus anhelos.  

 

En China, también existió y existe la preocupación por este ‘mal del alma’. El libro principal del Taoísmo denuncia claramente la avaricia considerándola como fuente de todos los males del hombre.  

 

claramente la avaricia considerándola como fuente de todos los males del hombre.  El recelo a este pecado siempre ha existido. Ya en la Grecia Clásica, Aristóteles consideró la avaricia humana como ‘insaciable’ y Plutarco dijo:

 

“La bebida apaga la sed, la comida satisface el hambre; pero el oro no apaga jamás la avaricia”

 

En el año 350 ac, imperaba en la Antigua Grecia una obsesión por el equilibrio entre hombres y naturaleza, por lo que cualquier tipo de exceso debía ser identificado y sancionado con tal de reestablecer esa armonía. En el caso de la avaricia, al igual que como con tantas muchas otras tentaciones humanas, fue representada mediante el mito del Rey Midas, con el fin de proteger a los más pequeños de ese mal.

 

En el año 27 ac, la gloria de Grecia se vio eclipsada por el poder de Roma, por entonces dueña de gran parte del mundo. Ante su éxito, muchos temieron que su espíritu estuviese corrompido. Y es que, en los inicios del imperio romano, la avaricia era tolerada e incluso celebrada. Dinero y mercado surgieron al mismo tiempo. El imperio romano contaba con el puerto de Ostia, foco principal para el comercio internacional. Fue en este contexto en el que aparecieron los ‘impuestos’. Transacciones, que los romanos obligaban a hacer a los ciudadanos de los territorios que invadían.

 

Cuando el imperio romano entró en decadencia, Horacio lo criticó y lo plasmó en una lista con 7 vicios: Avaricia, gusto por las alabanzas, envidia, ira, pereza, glotonería, lujuria, antecesores de los 7 pecados capitales del Papa Gregorio Magno. Horacio no creía que pecado de la avaricia condujera al infierno. Su castigo consistía en no satisfacer nunca el ansia:

 

“Cuánto más se tiene, más se quiere”

 

Para el cristianismo este pecado era concebido como el más peligroso. Recogido en los 10 mandamientos, la avaricia era tratada con mayor perspectiva del resto, puesto que era considerado como ‘el estado de la mente’, y así lo concibió  Jesús de Narazet cuando se preguntó:“¿qué ganará un hombre si posee todo el oro del mundo, pero pierde su alma?”.

​© 2015 by Sandra López

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